lunes, 25 de enero de 2010

La fuerza de la solidaridad

Periódico La Crónica 23-ene-2010
Por Alejandro Landero
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=482999

Las escenas que hemos visto estos días en la televisión en torno al terremoto de Haití han sido impactantes. La expresión del dolor, junto a la pobreza extrema, nos presenta un panorama de desolación, angustia y caos; una sociedad fragmentada, a la que los fenómenos naturales ha debilitado aún más.

Sin embargo, en medio de ese gran sufrimiento humano emerge la fuerza de la solidaridad, como un gigante que es capaz de abrirse paso en las condiciones más terribles. Hoy el mundo ha dejado de lado la indiferencia, el cálculo económico, la división política y se ha movilizado para tender la mano al pueblo haitiano.

A pesar del individualismo, las sociedades son aún capaces de tender puentes. La desgracia ha hecho posible que 56 países envíen rescatistas que arriesgan su vida, que en un par de horas se reúnan a través de medios electrónicos millones de dólares, que Cuba abra su espacio aéreo para que Estados Unidos haga llegar su ayuda, que Senegal ofrezca tierras para el retorno de haitianos, que millones de voluntarios y donantes compartan sus bienes, que se establezca una estrategia de ayuda como fue el Plan Marshall que reconstruyó Europa, además de innumerables muestras de apoyo a un pueblo con el que hoy nos sentimos hermanados.

El espíritu humano es capaz de muchas grandezas. La inteligencia y la voluntad con la que fuimos dotados pueden crear realidades nuevas, diferentes que superan todo obstáculo. Todavía la sociedad tiene resortes morales que le hacen capaz de percibir el dolor del prójimo.

Lo importante ahora es que la solidaridad no sea un acto fugaz, una especie de espectáculo, que se apague una vez que las televisoras dejen de ocuparse del tema. Por ello es importante que comprendamos a fondo el alcance del término.

Primero, es indispensable asumir una actitud humana que nos permita percibir lo que sucede a nuestro alrededor. Que no sea el ruido ensordecedor el que nos niegue la capacidad de tener una mirada profunda de los acontecimientos. Que la vida no parezca ser un conjunto de hechos inconexos, incapaces de interpelar nuestro interior, una vida que termine en el hastío de la rutina mecánica, sino, más bien, que la capacidad de encuentro con el prójimo se convierta en compromiso que revitalice el sentido de nuestra existencia.

Una solidaridad integral conlleva también entender sus variantes y dimensiones, como pueden ser:

La solidaridad próxima, que es la que debe ejercerse a nuestro alrededor. Hay familiares y vecinos que están sufriendo y aunque los tenemos a un lado a veces no tenemos la capacidad de mirar su dolor. Ahí está el primer desafío y la primera responsabilidad.

La solidaridad circunstancial es la determinada por hechos particulares, como un desastre natural. Se requiere una intervención particular para resolver una necesidad específica por un momento determinado.

La solidaridad estructural es la que tiene que ver con la lucha y el compromiso por hacer más humanas las estructuras de poder económico, político o mediático. Su ejecución es la más compleja, pero a la vez la más urgente, porque está orientada a incidir en las causas que dan origen a muchas injusticias.

La solidaridad transversal es la que nos permite descubrir y trabajar como sociedad en los temas que nos acercan, no que nos dividen. Es la capacidad de descubrir la verdad que existe en el argumento del otro y emprender tareas comunes frente a desafíos compartidos que nos permiten experimentar puntos de encuentro a pesar de las diferencias.

La solidaridad global, aquella que es capaz de vincularnos con distintas realidades humanas y sociales por lejanos que parezcan estar. Las nuevas tecnologías permiten que ningún ser humano aparezca distante de nuestras vidas.

La solidaridad es una actitud, un compromiso que desafía al pensamiento materialista dominante. Exige, no sólo tolerancia, sino algo superior, con-vivir, entender que la vida de los demás seres humanos no me es indiferente, sino que interpela mi propia existencia. Así lo expresa el filósofo alemán Robert Spaemann: “El hombre es el ser de la autotrascendencia. Necesita algo por lo que merezca la pena vivir… el corazón que sólo mira hacia sí mismo ya no es humano en sentido propio. Lo que llamamos cultura es la marca de la vida de una comunidad, por aquellos contenidos que estructuran la vida y le dan un sentido”.

La naturaleza seguirá siendo en buena parte impredecible, nos recordará una y otra vez la fragilidad humana. La ciencia nos podrá ayudar un poco, pero al final requerimos no sólo de la técnica para enfrentar sus desafíos, sino también del corazón humano que es capaz de darse al prójimo sin reservas. Esa es la mayor fuerza del ser humano frente a su enorme fragilidad.

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